« indietro José Lezama Lima La morte di Narciso a cura di Nicola Licciardello
In: Semicerchio LV (02/2016) “30 anni” pp. 62-67.
Muerte de Narciso, pubblicato nel 1936 sulla rivista «Verbum», diretta dallo studente José Lezama Lima (L’Avana 1910-1976, noto in Italia per il romanzo Paradiso, Torino 1995), è «poema iniziatico e iniziale, inaugurale». L’incontro decisivo col mito sfuggente di Narciso laurea il poeta al simbolismo europeo (e universale) di questo archetipo dell’androgino. Una reticenza gnostica, più che barocca e surrealista lascia rifiorire il pro- cesso alchemico dell’immagine con la gravità accorta dell’enigma. Rivela, dice la Zambrano, «l’unità oscura e palpitante di un permanente sacrificio». L’incipit maestoso ritesse la fiaba con «labbra» alessandrine, come in un Prelude à l’après-midi d’un faune di Mallarmé-Debussy, e contiene già elementi di un simbolismo orfico: il labbro, fenditura, nesso e dolore; la mano, cinque dell' Uomo-centro del cosmo; l’uccello, segno di liberazione; il cerchio di neve, l’algido marmo, la seta, il loto – forma dell’anima femminile. La freccia: raggio solare che dà la morte, ma unifica cielo e terra – come la «chioma» incendiata dei comunicandi gnostici. Nel doppio universale dello specchio, il ritrarsi dell’armonico ermafrodito-chiocciola avvìa una doppia spirale ossimorica, la clessidra del trapasso: la foglia d’oro che ondeggia, come il filo d’oro su cui l'anima potrà levarsi, ardente rubino (il carbunculo alchemico), è simmetrica al paesaggio acqueo (stagno, fiume, mare: «io sono acqua innamorata che scrive» dirà Lezama, alludendo anche alla sua «proustiana» asma) in cui l'udibile diviene ultrasuono o rivelazione della doppia natura dell’isola. In un unico punto inesteso, in un solo attimo – il punto zero o «punto rosa della danza» dell’androgino (il quale è insieme +1 e -1) – scorrono le infinite possibilità dell’immagine: per prima la caduta nel nulla, l’assenza. Il tuffo nel vuoto è lo stupore stesso di Narciso, lo svenimento (narkè) al riflettersi nella parte di sé gemella (nella versione di Pausania, egli aveva amato una sorella gemella), alla rivelazione di questa Maya. Ma narkè è anche il «pesce-torcia», torpedine, che illumina il mondo ormai scisso della morte, dove pullulano gli opposti «arco e cestello, serpi accese, ghiacciolo e levriere», e dove il naufragio diviene l’abbraccio con tutto ciò che ferve dall’ altra parte dello specchio. Lo «zafferano» - come quello che indora l’occhio dello shivaita, in questa tantrica contemplazione della morte annuncia il canto del «cigno bollente»: la fine è un inizio, un’agonica metamorfosi e «metanoia» dentro l’uovo del mondo. In una natura desolata, una waste land senza occhio umano, solo come crescendo «corpo del suono» nella «sovreabundancia» della poesia stessa, ri-nasce allora il nome, «Narciso». Verbo originario è l’adolescente, innocente androgino, la cui essenza è un fiore: «colui che è apparso come uomo è, insieme, oltre l’uomo»; colui che ritrova in sé l'altra metà, vive la sua dualità come interezza, è perfettamente individuo, può lasciarsi condurre dall’«alta marea» della poesia, e così sfuggire al labirinto della speculazione. Quasi angelo – ma «senz’ali», come l’umano Licario di Lezama, sempre tenterà di comunicare tale ‘impossibile’ su questa terra. Alla catastrofe dello sguardo narcisista (post) moderno, in cui si annullano tutte le immagini piattamente replicanti le patologie degli ego personali, la poesia di Lezama resiste, contrappone la infinita rêverie delle origini, la tensione all’ unità della storia con la sua invisibile imago, o icona sincretista della trans-figurazione.
Muerte de Narciso Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo envolviendo los labios que pasaban entre labios y vuelos desligados. La mano o el labio o el pájaro nevaban. Era el círculo en nieve que se abría. Mano era sin sangre la seda que borraba la perfección que muere de rodillas y en su celo se esconde y se divierte.
Vertical desde el mármol no miraba la frente que se abría en loto húmedo. En chillido sin fin se abría la floresta al airado redoble en flecha y muerte. ¿ No se apresura tal vez su fría mirada sobre la garza real y el frío tan débil del poniente, grifo que ayuda la fuga del dormir, llama fría y lengua alfilereada?
Rostro absoluto, fìrmeza mentida del espejo. El espejo se olvida del sonido y de la noche y su puerta al cambiante pontífìce entreabre. Máscara y río, grifo de los sueños. Frío muerto y cabellera desterrada del aire que la crea, del aire que le miente son de vida arrastrada a la nube y a la abierta boca negada en sangre que se mueve.
Ascendiendo en el pecho solo blanda, olvidada por un aliento que olvida y desentraña. Olvidado papel, fresco agujero al corazón saltante se apresura y la sonrisa al caracol. La mano que por el aire líneas impulsaba, seca, sonrisas caminando por la nieve. Ahora llevaba el oldo al caracol, el caracol enterrando firme oído en la seda del estanque.
Granizados toronjiles y ríos de velamen congelados, aguardan la señal de una mustia hoja de oro, alzada en espirai, sobre el otoño de aguas tan hirvientes.
Dócil rubí queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.
islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas. El río en la suma de su ojos anunciaba lo que pesa la luna en su espaldas y el aliento que en halo convertía Antorchas cornopeces, fioco garzón trabaja noche y cielo, arco y cestillo y sierpes encendidos, carámbano y lebrel. Piuma morada, no mojada, pez mirándome, sepulcro Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco pulso desdoblado: los dedos en inmóvil calendario y el hastío en su trono cejijunto Lenta se forma ola en la marmórea cavidad que mira por espaldas que nunca me preguntan, en veneno que nunca se perviene y en su escudo ni potros ni faisanes.
Como se derrama la ausencia en la flecha que se aísla y como la fresa respira hilando su cristal, así el otoño en que su labio muere, así el granizo en blando espejo destroza la mirada que le ciñe, que le miente la piuma por los labios, laberinto y halago le recorre junto a la fuente que humedece el sueño. La ausencia, el espejo ya en el cabello que en la playa extiende y al aislado cabello pregunta y se divierte.
Fronda leve vierte la ascensíon que asume. ¿No es la curva corintia traición de confitados mirabeles que el espejo renne o navega, ciego desterrado? ¿Ya se siente temblar el pájaro en mano terrenal? Ya sólo cae el pájaro, la mano que la cárcel mueve, los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo y la doncella Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada, forma en la piuma, no círculos que la pulpa abandona sumergida.
Triste recorre - curva ceñida en ceniciento airón - el espacio que manos desalojan, timbre ausente y avivado azafrán, demos redobles sus extremos. Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas badendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara. Reluce muelle; falsos diamantes; piuma cambiante: terso atlas. Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el relámpago en sus venas.
Ahogadas cintas mudo el lab io las ofrece. Orientales cesdllos cuelan agua de luna. Los más dormidos son lo que mas se apresuran, se entierran, piuma en el grifo, silbo enmascarado, entre frentes y garfios. Esdrado mármol como un río que recurva o aprisiona los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan. Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma y allí se agitan basta relucir corno flechas en su abrigo de noche. Una flecha destaca, una espalda se ausenta. Relámpago es violeta si alfiler en la nievey terco rostro. Tierra hùmeda ascendiendo hasta el rostro flecha cerrada. Polvos de lunay húmeda tierra, el perfiil desgajado en la nube que es espejo. Frescas las valvas de la nochey límite airado de las conchas en su càrcel sin sed destacan los brazos, no preguntan cor ales en estrías de abejas y en secretos confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.
Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acampan los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene. Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente a su sonido en la llama fabrica sus raíces y su mansión de gritos soterrados. Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el rio mudo. Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno tejen bianco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.
Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman, despertando el oleaje en lisas llamaradas y vuelos sosegados, guiados por la paloma que sin ojos chilla, que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos. Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado. Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la suplica destilan o más firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.
La nieve que en los sistros no penetra, arguye en hojas, recta destroza vidrio en el oído, nidos blancos, en su centro ya endenden tibios los corales, huidos los donceles en sus ciervos de hastío, en sus bosques rosados. Convierten si coral y doncel rizo las voces, nieve los caminos donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea. Mas esforzado pino, ya columna de humo tan aguado que canario es su agujay surtidor en viento desrizado.
Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado son peces, son flautas, son dedos mordisqueados. Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles labios sus rulas, son llamas, tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías racimo de palomas ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes. Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire, espuma colgada de los ojos, gota marmórea y dulce plinto no ofreciendo.
Chillidos frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido La blancura seda es ascendiendo en labio derramada, abre un olvido en las is las, espada y pes tañas vienen a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura. Húmedos labios no en la concha que busca recto hilo, esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada, busca en lo rubio espejo de la muerte concha del sonido.
Si atraviersa el espejo hierven las aguas que agitan el oído. Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado. Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada, que coloreado espejo sombra es del recuerdo y minuto del silencio Ya trapasa blancura recto sinfin en llamas secas y hojas lloviznadas Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado. Así el espejo averiguó callado, asi Narciso en pleamar fugó sin alas.
Morte di Narciso Danae tesse il tempo dorato dal Nilo avvolgendo le labbra che passavano fra labbra e voli sciolti. Fioccava la mano, il labbro, l’uccello. Era il cerchio di neve che si apriva. Mano esangue, la seta cancellava la perfezione che muore in ginocchio e nel suo zelo si nasconde e si diverte.
In verticale dal marmo, non guardava la fronte che si apriva nel loto umido. In urlìo infinito s’apriva la foresta al furente rullo di freccia e morte. Non affretta talvolta il suo freddo sguardo sull’airone reale e quel debole freddo del ponente, il grido che aiuta la fuga del dormire, fredda fiamma e lingua di spilli?
Viso assoluto, falsa fermezza dello specchio. Lo specchio dimentica il suono e la notte e socchiude la porta al mutante pontefice. Maschera e fiume, grifone dei sogni. Gelido morto e chioma esiliata dall’aria che la crea, dall’aria che l’inganna, sono come vita trascinata alla nube e all’aperta bocca negata in sangue che si muove.
Salendo morbida solo in petto, dimenticata da un soffio che dimentica e sprofonda. Carta dimenticata, freddo foro al cuore schizzante s’affretta e il sorriso alla chiocciola. La mano che agitava linee nell’aria secca, che muoveva sorrisi nella neve. Ora portava alla chiocciola l’ascolto, la chiocciola inumando il fermo ascolto nella seta dello stagno.
Granelli di melissa e ruscelli di velame congelati, attendono il segno d’una vizza foglia d’oro, alzatasi a spirale, sull’autunno d’acque brulicanti.
Rimane dùttile rubino sospirante in fuga e già in ascesa. Già l’autunno visita le isole indifese, le protette isole e l’isolata colomba, muta fra due foglie sepolte. Il fiume nella sostanza dei suoi occhi annunciava quanto grava la luna sulle spalle e il soffio che mutava in alone.
Torce come pesci, il fiacco giovane consuma notte e cielo, arco e cestello e serpi accese, ghiacciolo e levriere. Piuma viola e asciutta, pesce che mi guarda, sepolcro. il polso dispiegato Fagiani equestri più non sentono la mano senzo eco le dita in calendario immobile e il disgusto nel suo trono accigliato Lenta si forma l’onda nella marmorea cavità che guarda fra le spalle che mai mi chiedono, nel veleno che mai si corrompe e nel suo scudo né puledri né fagiani Come trabocca l’assenza nella freccia che si spicca e come respira la fresa filando il suo cristallo, così l’autunno in cui il suo labbro muore, così la grandine nel molle specchio frantuma lo sguardo che lo cinge, che la piuma per le labbra inganna, labirinto e lusinga lo percorrono alla fonte che inumidisce il sogno. L’assenza, specchio già nei capelli che sparge nella spiaggia e domanda solo a una ciocca e s’allontana.
Non è la curva corinzia a tradire le àiughe candite che lo specchio compone o trasporta, cieco esiliato? Si sente già tremare l’uccello nella mano terrestre? Già solo l’uccello cade, la mano che muove la prigione, gli dei scesi fra la pietra, il carbonchio e la vergine. Se l’assenza domanda con la neve svenuta, forma in piuma, non lascia cerchi la polpa sommersa.
Triste percorre – l’attillata curva dell’airone cenericcio – lo spazio che mani sgombrano, marchio assente e ravvivato zafferano, raddoppi le sue tenere estremità. Richiamati s’agitano i dormienti, s’increspano le onde battendo intorno allo scacco addormentato, sua tiara insepolta. L’insepolta bara agita il freddo becco del cigno bollente. Molle riluce; falsi diamanti; mutante piuma terso atlante V erdi strillìi: giocano le onde, blanda morte il lampo nelle vene.
Annegati nastri offre il labbro muto. Cestelli orientali colano l’acqua di luna. I più addormentati sono quelli che più s’affrettano, s’interrano, piuma nel grido, sibilo camuffato tra fronti e uncini Stirato il marmo come un fiume che si piega o imprigiona le labbra spezzate – ma i ciechi non tentennano. Spirali di eroici tenori cadono nel petto di una colomba e vi si agitano fino a splendere come frecce nel rifugio della notte. Una freccia si stacca, una spalla se ne va. Lampo violetto come spillo nella neve e volto caparbio. Terra umida che sale fino al volto, freccia chiusa.
Polvere di luna e terra umida, il profilo spezzato nella nube che è specchio. Le Fresche valve della notte e furibondo limite dei gusci, nella sua prigione senza sete emergono le braccia, non domandano coralli in strie d’api e in confusi segreti si svegliano ricordando braccia curve e il castone della fronte.
Da ieri le domande s’aprono o si chiudono per la spinta di polverosi frutti o di isole dove s’accampano i tesori che l’ira sparge, lusinga o riprende. I donzelli lavorano nelle noci e lo zampillo di fronte al suono in fiamme pianta le sue radici e la sua dimora di gridi sepolti. Se s’allontana, retta ape, lo specchio frantuma il fiume muto. Se affonda, sirena in mezzo al fuoco, le filacce che solcano l’inverno tessono un corpo bianco con domande di statua polverosa.
Corpo del suono è lo sciame che muti pini invitano, risvegliando l’ondosità in levigate vampe e calmi voli, orientati alla colomba che stride senz’occhi, che senza un garofano la fronte specchia l’onda – non ricordi. Vanno riunendo negli occhi, filando nel garofano non sempre bruciato l’abisso di neve incatramata o gemendo nel cielo puntellato. corsieri sia neve sia rame guidati dallo sguardo trasudano la supplica O più decisi si piegano al primo mutismo ormai senza cielo.
La neve che non penetra nei sistri, si espone in foglie, dritta spezza il vetro all’ascolto, I bianchi nidi, al suo centro già s’accendono tiepidi coralli, fuggono i giovinetti nei loro cervi di disgusto, nei loro boschi rosati. Diventano le voci un corale e un riccio donzello, e neve i cammini, dove il corpo sonoro si culla coi pini, tenue sobbalza. pino più animato, ormai colonna di fumo così acquoso che i suoi aghi son canario e zampillo nel vento disciolto. Narciso, Narciso. Le corna del cervo assassinato sono pesci, sono fiamme, sono dita mordicchiate. Narciso, Narciso. Fluendo i capelli serpeggiano profili fiorentini, le labbra la loro via, fiamme tristi le onde mordono i suoi fianchi, Pesce di verde freddo nello specchio senza pieghe, un groppo di colombe, occulte nella gola morta: figlia della freccia e dei cigni.
Erra l’airone, conchiglia nell’onda, nube di trascuratezza, schiuma appesa agli occhi, goccia marmorea e plinto che non offre dolce.
Urla germogliano nella neve, il segreto diventa geranio. La bianca seta si è rovesciata salendo sul labbro, s’apre un oblio nelle isole, spada e ciglia vengono a consegnare il sogno, rendono specchio al litorale di terra e roccia impura. Umide labbra non nella conchiglia che cerca il filo dritto, ma schiave del profilo e del velame mordono secche l’aria cangiante che cambia il suono in biondo cangiante di calce salata, cerca nel biondo specchio della morte, la conchiglia del suono.
Se attraversa lo specchio fremono le acque che agitano l’ascolto. Se siede sul bordo o sulla fronte il centurione lo colpisce al costato. Se declama le lettere penetrano lo sguardo e si corrugano nel sogno. L’onda d’aria avvolge il segreto albino, la pelle arpionata, che il colorato specchio è ombra del ricordo e minuto di silenzio. Già il biancore trafigge il retto infinito in secche fiamme e foglie piovigginose. Un rivolo d’api increate morde la stella – esigono il costato. Così in silenzio indagò lo specchio, così Narciso in alta marea sfuggì senz’ali. ¬ top of page |
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